Obsesión
—Mañana podrá comprarle sus malditos cuadernos. —¡Qué poca paciencia! —Hubo festivos por medio. —Hoy salen del almacén y mañana los tenemos a su disposición. Hay seres en el universo que no advierten que hay muchas maneras de decir las cosas. Esa no era, precisamente, la mejor. Si hubiera sabido la urgencia del chico, incluso habría dado el paso de ir expresamente a buscárselos. Aquel chico quería cuadernos de cuadrícula. Con tapas de cartón. Los agotaba. Su actividad consistía en poner un punto de color en cada uno de los cuadrados que tenía la página. Lo cierto es que había una armonía cromática. Su voracidad no tenía límites. Su padre ya no sabía dónde poner toda esa producción. Cajones y cajones la albergaban. Apilados hasta el techo. ¿Cómo solucionarían ese exceso? El hijo tenía doce años. Desde antes de los tres manifestó un apego por matices distintos de una gama u otra de color.