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Respeto

 Aquel día amaneció como uno cualquiera. La luz invadió el paisaje y la vida se activó de nuevo. Los pájaros con sus notas alegres, a oídos de quien párase atención, porque el mundo se precipitó en una sinfonía de ruidos inconexos y prisas. La tarde llegó como siempre y la noche cubrió su ceguera compensada con leds imitando una falsa copia de luz. Acostarse y esperar la calma evasiva, ni con trucos y pócimas. El sueño consciente estaba allí. Un mundo paralelo habitado de espectros y terroríficas criaturas. Avispas al acecho en tropel. Cuando despertara su cara marcada de múltiples punciones espantaba ante el espejo. Sólo él podía verlo. Anidaba bajo piel la esencia de una mugre nocturna. Cada día se hacía más sitio en ese pozo profundo del que ya no quería salir. Una mano tendida le acarició la mejilla. Él la miró con extrañeza. ¿No veían sus pupas y caídas mejillas? ¿Cómo no se alejaban de él? Le lavaban y refrescaban su piel. En un banco de un parque cubierto de mugre hallaron a...

Obsesión

  —Mañana podrá comprarle sus malditos cuadernos. —¡Qué poca paciencia! —Hubo festivos por medio. —Hoy salen del almacén y mañana los tenemos a su disposición. Hay seres en el universo que no advierten que hay muchas maneras de decir las cosas. Esa no era, precisamente, la mejor. Si hubiera sabido la urgencia del chico, incluso habría dado el paso de ir expresamente a buscárselos.  Aquel chico quería cuadernos de cuadrícula. Con tapas de cartón. Los agotaba. Su actividad consistía en poner un punto de color en cada uno de los cuadrados que tenía la página. Lo cierto es que había una armonía cromática. Su voracidad no tenía límites. Su padre ya no sabía dónde poner toda esa producción. Cajones y cajones la albergaban. Apilados hasta el techo. ¿Cómo solucionarían ese exceso? El hijo tenía doce años. Desde antes de los tres manifestó un apego por matices distintos de una gama u otra de color.

Un final (un camino un sueño)

  Al bien el mal siempre le mira de cara, pero sin ver más allá. Levitaban las almas sobre sus ramas acodadas en cúpula. Los cuerpos no despertaban. Sobre el camino, una vez quedaron todas esas criaturas en hibernado estado, una enredadera espesa confundía. Si se seguía, su maraña atrapaba al incauto. La muerte sobre él se cernía. Incauto, digo bien, porque las mujeres no se metían. Así quedaron por siglos. No se supo nunca de que allí hubiera habido vida. Las historias de dragones lo intuían, pero eran meras fantasías.

Un camino un sueño (revisado)

  _Espera, no te alejes. No ves que entre la maraña puedes perderte._ Decía una anciana siguiendo con apuros a un muchacho que apenas si la tenía en cuenta.  _Ya llegarás._ Pensó él sin parar cuidado.  _Siempre te andas quejando y nunca me pierdes de vista._ Estas fueron sus últimas palabras.  Ella llegó al lugar de dónde la voz provenía.  _¡Som!_ Gritó desesperada, mirando a uno y otro lado.  _No te escondas que ya es tarde.  ¡Som!  Venga, deja de enredar y sal de una vez._ Así pasó largo rato a la espera del muchacho que no daba señales de vida.  Se cerró la noche sobre ella y desesperada no oso moverse quedando sobre el mismo suelo arrodillada a la espera de quien mucho tiempo estaría extraviado.  Lloró y se lamentó, incluso se enfadó. Al fin quedó dormida y el frío de la noche y la vejez la dejó para siempre allí, perdida.  _¡Maitina!_ Le decían, cuando en la mañana la encontraron quienes fueron a buscarlos....

Falsas promesas

Son cadenas. No las ve nadie. Las siento en mis muñecas cuando oigo tus pasos próximos a mi puerta. Falsas promesas. Vuelves tarde. Pisando fuerte. Tiemblan mis carnes. Me golpeas. Me susurras palabras gruesas. Quieta. Me pienso distante. Espero que acabes. Que duermas al fin. Que mi sangre te calme.

Inspiración visual 91

Una botella de auxilio, con mensaje en su interior, navega en mi imaginación. Pulsando palabras, en pantallas, que navegan con mensajes  de pensamientos empedrados en la mente de nautas virtuales. Escribía en papel, y guardaba sus mensajes. No tenía una isla de soledad aparente, pero se sentía aislada del mundo que le rodeaba. Primero en la infancia, cuando en la oscura tarde invernal, de regreso a la casa familiar, se abrigaba en pensamientos, temerosa de asaltos y tropiezos, mirando al cuelo, temiendo esa luna, a veces imponente, parecía seguir sus pasos sobre la tierra del camino del callejón.  Hubiera podido ampararse en ella, pero la temía.  Ese miedo incrustado en su pecho venía de las prevenciones contra extraños. "No te confíes." "No te entretengas." "Ven rápido." Sentía su espalda amenazada. No sabía de qué. Ellos nunca le hablaron de sus miedos, creyendo que su inocencia la protegería. Fue creciendo. Y dejó de mirar al cielo.  ...

La gayata

La gayata ¡Una gayata! Me duele el alma. La calma que aparento es sólo aparente. He visto sus miradas y me he sentido tan mal, que hubiera gritado: ¡Basta! No es justo. Ellos tanto y yo nada.  La juventud. No saben que pasa de largo, que  para cuando quieres darte cuenta te faltan fuerzas y la salud se rompe. Que cada mañana es un surtido de pastillas para darle al motor para que arranque. Camino despacio, aguantando mi cuerpo con este pilar que sujeta mi mano. Si lo soltara, no daría muchos pasos, aunque erguido parezca que es mero ornato. Me negaba, no quería bastón, señal y signo de mi condición. Mi hijo se empeñó. Me lo regaló. A él me ató. Tan bueno que era ese contacto en su brazo, para pasear y hablar con él de tiempos pasados, de aquello que si no nombro parece que nunca ocurrió. Me dijo que así se sentía seguro de que no tropezaría o caería. Debió cansarse de sostenerme y acompañarme. No me quejé. No dije lo que en mi cabeza gritaba. En mi fuero i...