La niña y el elefante


Susurra la niña al elefante.
-No te preocupes.
-Por aquí no vendrán los cazadores.
-Aquí estoy yo para protegerte.
-¿Quieres que te cante?

Con la trompa al aire, trompetea al viento, mientras la niña susurra una nana.
La que de niña le cantaban, en sueños, los enanitos de la casita de Blancanieves.

-No temas al monstruo de la escopeta.
-No le temas.
-Cuando le veas, un silbidito me hará venir a ti.
-Me pondré entre él y tú, y le cantaré la canción de los sin temor.

Nadie le tema a la fiera.

Ella se desinfla.

Nuestra niña crece al lado de su amigo.
Él llegó al circo siendo una cría de elefante.
Ella se encapricho, diciendo que lo quería para ella.
Los del circo, que no hacían números circenses con animales, siguieron con sus malabares.
La niña creció. El elefante también.

De vez en cuando, la mujer lleva a su hija para que conozca a su amigo.
Entre ellos nació el cariño.

Cuando su vientre aumentaba, el elefante escuchaba su corazón.

Es posible un mundo en que los seres vivos se escuchen.

El elefante recuerda que en la selva hubo cazadores que arrancaron el alma de sus madres.

Recuerda su trompita al aire llorando lo que no entendía.

Recuerda.

La niña, y hoy su hija, amansan su dolor con abrazos y caricias.

Ellas no saben lo que pasó.

Él no querría que sus recuerdos llegaran a ellas.

Cuando le vienen, sopla al aire su sentimiento y balancea su pensamiento.


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