EL AGUA NO MOJA




Apurada, enquistada en el banco no hace más que abrir el paraguas.
Llegó a él agotada.
Despertó a punta de alba, cuando las luces de neón animaban los últimos transeúntes de retorno de la noche festiva.
Ella iba a sacar los restos de esa juerga.
Era mañana dominguera.
Algún que otro beodo le molestaba, pero ello lo esquivaba sin gesto ni acritud.
Se apartaba, y seguía su camino.
Tenía que apurar para no tardar.
Caminaba entre adoquines malolientes de orines de alcohol.
Terminó.
Un banco en el parque que acortaba el trayecto de retorno.
Por ser domingo, no tocaba apurar para despertar a sus retoños.
Nada de lo que acontecía entre la calenturienta pareja, le preocupaba o molestaba.
Para ella natural.
Pasó por su frente la sombra de un día pretérito.
Él la había seducido, en el ardor de los años jóvenes.
Había vivido el apareamiento en un ritual iniciático que nada de placer le reportó.
Abultamiento de vientre le llevó a sumir obligaciones de mujer matrimoniada.
Tres.
Tres veces, y ni una más.
Él se marchó.
Mejor.
Tiene una vida trazada y disfruta de momentos como éste.
Vive el amanecer diario recogiendo los restos de fracasos venideros.
Al fin, toma impulso y marcha.
No quiere sentir en sus entrañas un orgasmo ajeno.
Se aliviará en el cuarto de baño de su casa.
Es domingo y sus peques duermen.
Mañana no tendrá pausa.

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