La intuición que nunca le falla




LA INTUICIÓN QUE NUNCA LE FALLA

Escudriña entre sus cosas.
No encuentra algo.
Sentada está en un banco.
Vuelve a intentarlo.
No lo halla.
Ha salido de su casa sin coger el llavero.
¿Qué hacer?
Revisa su monedero.
Irá a comer, comprando en un supermercado, pan y queso.
Serán horas de espera.
Su compañera suele volver tarde.
Pasea.
Se cansa de ir de abajo arriba.
Más por el nerviosismo que el descuido le motiva.
Al fin, decide entrar en un bar y tomarse algo caliente para solazarse.
No consigue esa finalidad.
Se lo sirven frío y aguachinado.
¡Qué desastre!
Y además, le sablean.
En sitios como ese, en que el turismo circula, los precios se inflan.
¿Le habrán visto cara de guiri?
No reclama, ni se queja.
Cuando sale, se vuelve y mira el sitio para recordar que allí no ha de entrar.
El reloj parece pararse.
Se acerca al portal.
Llama.
Lo hace, por si la casualidad le compensa y su amiga está de vuelta.
¡Qué va!
Piensa que pierde un tiempo hermoso.
Se dirige al metro y parte al centro.
Irá a pasear por librerías y algún libro le tentará.
Así hace.
De regreso, con un libro entre las manos, llega a su andén.
Está en la página veintitrés.
Le interesa.
Pasa por la casa, y llama.
Está en casa.
Sube y coge sus llaves.
Se marcha.
Ahora sí. Puede relajarse.
Pide un café y sigue ensimismada en los trazos del texto casual.
No es de los superventas, no sabe de su autora.
Se ha dejado llevar por la intuición que nunca le falla.

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